Nota del diario colombiano "El Tiempo"

Faltaba todavía más de una hora para las seis de la tarde y la fila de gente ya rodeaba las esquinas del León de Greiff. En la tradicional Plaza del Che, frente al teatro, los técnicos alistaban la pantalla grande que transmitiría el concierto para el público que no había logrado conseguir una boleta.

-¿Le sobra una entrada? me preguntaron más de una vez antes de llegar a la puerta.
-Se la compro, se la compro - siguieron, sin dejarme responder.
-Pero si son gratuitas. Les dije.

Luego me enteré de que las casi dos mil boletas para el auditorio se habían agotado muy en la mañana y cientos de personas buscaban la manera de entrar al concierto que se anunciaba para las 7 p.m: la primera presentación en Bogotá de la cantante de tangos argentina Adriana Varela.

Ya adentro, sin una silla vacía, cierta algarabía en la gente, cierta emoción, anunciaban que la noche sería algo especial.

Y fue más que eso.

Para los que escuchábamos en vivo a Adriana Varela por primera vez, su presentación el fue la confirmación de lo que sus discos nos habían anunciado: es la voz más valiosa que tiene el tango hoy.

No sabría explicar (quizá ella tampoco, en el arte no siempre hay respuestas para todo) de dónde le sale la voz a esta argentina, pero es seguro que va más allá de su garganta, más allá de sus entrañas, pasa por su corazón.

Adriana Varela deja el alma en cada frase, en cada ‘punto y coma’ (tal cual decían del mítico ‘Polaco’ Goyeneche). Cada tango cantado por ella es una obra maestra puesta en escena. (Nada qué ver con las otras voces femeninas que conocemos en este género). Lo suyo es el tango bien dicho.

Adriana nos cuenta cada canción, nos involucra en la historia que narra, nos la hace sentir propia. Esta entrega la comprendió el público que, de inmediato, con su primer tema, Anclao en París, creó con ella un vínculo especial, de complicidad, que no desapareció en toda la noche.

El público la adoró por su voz y su simpatía. Entre canción y canción, hizo nacer una relación de amistad con las miles de personas que (en el auditorio y en la plaza) la escuchaban. Una buena vibra que vamos a recordar.

Que Adriana Varela es una cantante de culto en este país era algo que algunos intuíamos. Esa noche se confirmó. La gente recibía tema tras tema con devoción. Sus clásicos Afiche, Mano a mano, La cuarenta, Como dos extraños, entre otras maravillas, se combinaron con más nuevos, como De la canilla y Milonga de pelo largo, y con temas menos conocidos que son pura poesía, entre ellos De barro. Y no podían faltar las canciones del letrista español Joaquín Sabina (Con la frente marchita, cómo no, que en Adriana suena a ‘tango feroz’), y de Neruda su especial versión del Poema 15.

Como algo poco usual en el público bogotano (que con frecuencia resulta difícil de ‘calentar’) nadie se movió de su silla cuando Adriana y su trío (piano, guitarra y bandoneón) dijeron adiós. Los aplausos la hicieron regresar al escenario una, dos, tres veces. Y volvió con joyas como Malena y Maquillaje.

Las luces se encendieron. Caminé como pude, entre la multitud, hacia la salida. El concierto había llegado al final, sí, había que aceptarlo. Sin embargo, oía a muchos decir -esperemos, que ella vuelve a salir-, y no se movían de las sillas. La gente quería oír más a Adriana Varela, quería más de su voz. Quería que la noche fuera eterna. Adriana: ‘tenés’ que volver.

Nota editada el 5 de Octubre del 2005 La cantante de tangos Adriana Varela dejó el alma en su primer concierto en Bogotá. Se presentó esta semana en el Auditorio León de Greiff, de la Universidad Nacional.